Situación: yo corriendo como loca con la falda por los aires mientras enseño mi precioso culito a gran parte de mis alumnos de educación infantil y a sus respectivos padres. ¿Queréis saber cómo pudo pasar algo así? ¡Pues porque ahora dejamos en manos de niños de 8 años tecnología que yo con 20 no sabía ni que existía! Y me explico…
Hora: 17:00 aproximadamente.
Localización: Puerta de la Escuela Infantil donde trabajo.
Espectadores: todo el mundo.
Salía yo tan tranquila con una fila de niños agarrados de mi mano cantando la canción del trenecito. Tenemos costumbre de hacer esto cada día a la hora de salida para que ningún niño se quede desperdigado por ahí. Yo agarro a uno y detrás de él se van agarrando todos de las manos, cruzamos todo al patio cantando la canción y sólo pueden soltar a sus amiguitos cuando llegan sus padres a recogerlos. Es sencillo, más o menos, porque siempre hay alguien que decide que ese día no quiere andar o que se queda parado en babia mirando cualquier tontería y entonces me retrasa todo el tren, pero bueno, a lo que iba…. Ese día, cuando llegamos a la puerta, fui recibiendo a los padres y observando cómo todo transcurría con normalidad cuando, de pronto, un ojo avizor de ocho años, hermanito de uno de mis niños de infantil, decidió gastarme una bromita pesada.
El enano de los cojones, con perdón, que estaba jugando con un puñetero dron, decidió que era buena idea intentar llegar con el robot de las narices hasta la profesora de su hermano (osea, yo) para intentar levantarle la falda a ver qué había debajo. ¡Que yo a su edad no sabía ni manejar el mando a distancia del televisor y él está haciendo virguerías con un dron!!! Muy normal no es…
El caso es que yo noté un cosquilleo en la pierna (se ve que me rozó el robot o algo así), pero no le di mucha importancia y seguí a lo mío hasta que empecé a notar un fresquito demasiado intenso en mi amplio pompis. Para ese entonces algunos padres ya estaban intentando llamarme la atención. Me giré rápidamente ante los avisos y me topé de lleno con el dron que estaba a la altura de mi barbilla. Ahí la falda ya había caído de nuevo sobre mis muslos porque, obviamente, al moverme se soltó, pero yo, en lugar de quedarme quietecita y a la espera de ver la lógica bronca que iban a meterle los padres al niño tecnológico, lo que hice fue pegar un blinco y empezar a correr como una posesa por el patio de la escuela.
Sinceramente, no sé en qué estaba pensando, lo mismo tenía miedo de que el dron fuera en realidad un Transformer que hubiera venido a destruir el mundo, o no… o simplemente soy así de pava y en cuanto algo me sobresalta lo único que se me ocurre es echar a correr como una histérica.
Los padres rieron, con ganas además, algunos niños lloraron, del susto que les di, y el niño demonio recibió su castigo, o al menos eso me dijeron sus padres. El problema es que yo ahora estoy traumatizada con los drones, no puedo verlos ni en pintura, y como siempre tengo muchísima suerte ¿a qué no sabéis que me ha pedido mi sobrino por Navidad? ¡Uno de estos jodidos drones Syma!
Por lo visto el niño tiene buen ojo porque un colega me ha dicho que los Syma son los mejores, pero es que tiene más tías a quien pedírselo, y tiene a sus abuelos, y a sus padres… ¡Pero no! Él tenía que pedírmelo a mí. Increíble.