Hay personas que con mi edad han viajado muchísimo. Yo no soy una de ellas. No es que me queje demasiado porque conozco a personas que han viajado aún menos que yo y, además, yo la zona sur de España me la he recorrido bastante de camping en camping, pero la verdad es que eso de cruzar nuestras fronteras lo he hecho poco.
Este verano pasado, que por cierto me da la sensación de que fue ayer cuando realmente estamos en pleno diciembre, viajé con dos amigas a Tenerife, obviamente buscando sol y playas paradisíacas aunque lo único que encontré fue mucho turista y demasiada gente que se cree que por tener dinero tiene derecho a hacer lo que le dé la gana.
Para empezar eso de ir en avión no es lo mío, pero es que la opción de viajar en coche hasta allí queda descartada y el barco causa demasiados estragos en el estómago de una de mis compañeras de viaje, así que no quedaba otra opción más que tomar un vuelo. Las aerolíneas low cost deberían empezar a pensar que las personas, por muy corto que sea el trayecto, tienen que respirar durante el mismo así que eso de poner cuatro asientos donde sólo caben dos no es una opción. Mi culo casi no cabía en el asiento y la señora que se sentó a mi izquierda era tan alta que tuvo que ir encogida todo el rato. Hubo un momento en el que pensé que era contorsionista o algo pero lo descarté cuando se dio un rodillazo en la barbilla.
El caso es que la experiencia no me gustó nada en absoluto pero mi viaje iba a seguir dándome grandes experiencias. Cuando llegamos al hotel nos dimos cuenta de que estaba un poco más echo polvo de lo que mostraban las fotos, vamos, que estaba hecho una mierda, pero por 35 euros la noche tampoco puedes pedir mucho más así que nos adentramos en la recepción contentas y emocionadas por poder pasar una semana en el clima canario. Ahora bien, una cosa es que los pomos de las puertas estén rotos o que haya alguna que otra pared con la que alguien se haya peleado anteriormente y quede, de muestra, un bonito agujero tapado por un cuadro que descubrimos enseguida porque Sandra, una de mis amigas, no se puede estar quieta, y toqueteó todo lo que encontró por la habitación en los 5 primeros minutos de alojamiento. Y otra cosa muy distinta es tener que encender la luz de madrugada porque oyes ruidos extraños y ver, como mínimo, a dos cucarachas corriendo por la pared.
Empecé a gritar como una descosida, mis amigas que seguían durmiendo dieron un bote en la cama y empezaron a gritar como yo aunque no tenían ni idea de qué es lo que pasaba, yo abrí la puerta y empecé a bajar las escaleras hacia recepción mientras seguía gritando y llegué hasta el chico que está por las noches con una cara que se asemejaba demasiado a la niña del exorcista y ¿sabéis lo que me dijo el jovencito? Que conocían el problema pero que habían llamado a varios expertos y no les habían podido dar solución.
Vamos a ver… ¡Pues que pongan un cartel en la web o algo así! “Habitaciones 35 eur/persona y de regalo un par de cucarachas” ¡Es toda una ganga! ¿Quién iba a poder resistirse a una promoción así?
Podría haber cogido la maleta y haber salido por la puerta, pero eran las 4 de la mañana así que volvimos a la habitación y pasamos lo que quedaba de noche hablando con la luz encendida. Incluso buscamos una empresa de fumigación que diera respuesta a nuestras plegarias y, a la mañana siguiente, como yo no puedo estarme quietecita, bajé toda llena de orgullo y les planté, con un sonoro golpe, el número de teléfono de una empresa de control de plagas en Tenerife y les dije muy seria: “o llamáis o pongo una denuncia en Sanidad”.
Conseguí lo que quería y en cuanto llegó el gerente llamaron a la empresa y vinieron a ver qué podían hacer en el hotel. Cuando llegamos de la playa a medio día el hotel estaba precintado porque los fumigadores estaban trabajando dentro desde las 10 y no pudimos sacar ni las maletas. Conclusión: Acabamos en otro hotel que nos costaba el doble y sin ropa ni nada de aseo. Un desastre, pero de los buenos.