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Al agua patos

Me encantan las bodas. Sé que siempre conllevan un gasto de dinero que no viene bien, a mí tampoco, pero es que me encantan, no puedo evitarlo. Eso de llegar allí, toda peripuesta, maquillada, peinada y luciendo tus mejores galas, es algo que me encanta. Luego siempre te encuentras con familiares y amigos y empiezas con las cervecitas, el vinito, la cena o comida, el postre… es como una reunión pero a lo grande. Eso sí, a las madres les gustan las bodas por la ñoñería y el romanticismo, y a mí por la fiesta y el banquete.

Ahora bien, ¿Sabéis lo que no me gusta nada? Las despedidas de soltera. Para mí son un previo al que preferiría no tener que ir pero, de vez en cuando, no puedo escaquearme y me toca pringar como la que más.

Y eso es, precisamente, lo que me pasó la semana pasada. Tuve la despedida de soltera de mi prima y no sabéis lo mucho que me arrepiento de no haber podido librarme porque, además de dejarme una pasta (y ahora os diré por qué) acabé nadando en el puerto de Alicante intentando salir de sus aguas como loca.

Que se casen otros te sale caro a ti

Todo empezó con un día magníficamente programado de arriba abajo en Alicante. Que si por la mañana tuppersex, luego tardeo, luego gynkana, cena en restaurante y juerga nocturna. Un paquete espectacular que contrataron las amigas de mi prima en Hot Despedidas. El problema es que ahora está muy de moda eso de que las amigas de la novia (las que van a la despedida) le regalen algo especial además del típico regalo de boda, y si empezamos a sumar, la cosa se sale de madre.

Pensadlo bien, para la boda en sí entre el regalo que le haces, el vestido que te compras e ir a la peluquería, ya te dejas un buen pico. Si a eso le sumas la despedida de soltera y el regalito de marras, te sale la torta un pan. Conclusión, me he dejado medio sueldo porque, además, las amiguitas de mi prima no se podían conformar con un regalo divertido para la noche de bodas, no, tenían que regalarle el segundo vestido.

Sí, ahora está muy de moda eso de que la novia se cambie de vestido después de la cena, para la fiesta, y como mi prima es muy flamenca, sus amigas querían regalarle un traje de novia flamenca de El Duende de Sevilla. El traje, precioso, y de precio no estaba nada mal porque nos salió por 150 euros entre casi veinte amigas y familiares que fuimos a la despedida. El problema es que yo no quería regalar nada más… y siguieron los regalos… porque, como salió tan económico, se empeñaron en regalarle también las copas grabadas para el brindis nupcial. Muy bonitas también, de Cristafiel, y otros 50 euros más a pagar entre las veinte.

Lo que yo decía, una pasta gansa. Así que pensé que ya que me iba a dejar un dineral, al menos lo disfrutaría todo lo que pudiera y más. Con lo que no conté es que eso de llevar tacones y tomar alguna copa de más puede causar estragos y tras un traspié caminando por el puerto de Alicante, frente a la conocida Explanada de España, caí de bruces al agua. ¿No pueden poner ahí una barandilla o algo? Lo digo en serio, no hay nada que separe el paseo del abismo del mar…. Ya sé que se supone que lo lógico no es ir con tacones por el borde del paseo riendo y medio borracha mientras imaginas ser una equilibrista de circo, pero eso no tiene nada que ver con el hecho de que ahí falte una barandilla.

Salí del agua yo sola, a pesar del alcohol que llevaba en el cuerpo, y subí las escaleras muy dignamente mientras el resto de invitadas a la despedida se morían de risa. Lógicamente a partir de ese momento se acabó la fiesta para mí, cogí un taxi (que no me quería llevar porque iba mojada y tuve que ponerme no sé cuántas toallas que el hombre tenía a en el maletero) y regresé a casa de mi tía a dormir la mona hasta el día siguiente. Hoy, estoy constipada, como es normal, y algo avergonzada, pero he de reconocer que me lo pasé de puta madre.

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