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Por fin un viaje tranquilo

Normalmente, cuando dices que has estado de viaje y que has vuelto cargada de turrón hasta arriba, la gente piensa inmediatamente que has estado en Jijona o, como mucho, en Alicante ¿verdad? Es lo lógico. Y además, ese viaje suele ser en fechas previas a Navidad. Sin embargo, como yo soy tan especial, he vuelto a casa cargada de turrones para toda la familia desde Bilbao y en pleno abril. ¿Soy o no soy original?

“Rubí Is Different”

No sé qué me ha dado últimamente, pero he pensado que si con la edad que tengo no estoy conociendo mundo ¿cuándo lo voy a conocer? Mi intención era sacarme unos billetes de tren para ir a conocer Bilbao en Semana Santa, pero tras comparar el precio de los mismos con lo que cuestan en cualquier otro día del año me entraron los “calores de la muerte” y pensé: pues me voy este fin de semana y punto. La diferencia entre ir el jueves que viene (Jueves Santo, 13 de abril) y haberme ido este fin de semana pasado, ha sido de 35 euros por trayecto, 70 euros en total entre ida y vuelta.

Sé que ir a ver Bilbao no es conocer mucho mundo, o al menos eso pensarán algunos con bastante dinero en sus bolsillos, pero el sueldo de una maestra de educación infantil no es muy alto así que mi mundo empieza por cualquier lugar donde haya una oferta, y eso incluye cualquier ciudad de España el la que no haya estado. El caso es que después de haber ido a Barcelona y a Tenerife pensé que Bilbao era una buena opción.

Me fui sola, con mi pequeña maleta del chino y mucha ilusión en el monedero, porque dinero había poco. También habrá quien piense que para irme sola habría sido mejor esperar pero yo soy así, si me apetece hacer algo y puedo permitírmelo lo hago, e ir sola para mí no es un problema.

Compré los billetes el jueves pasado, hice la maleta, y el viernes por la tarde, después del trabajo, salí para Bilbao. Llegué allí por la noche, cerca de las 23:30, y me fui directa al hotel. Podría haberme esperado al sábado para no llegar tan tarde, pero lo que quería era saber que podría disfrutar de todo el sábado allí y de la mañana del domingo porque, sino, no me habría dado tiempo a nada.

El sábado visité el Guggenheim, que me encantó, estuve paseando por el parque Casilda Iturrizar que es enorme, y fui a ver también la iglesia de San Antón. Cometí un error ese día, y es que cuando llegué a la Plaza Nueva era la hora de comer y pensé en sentarme en cualquier sitio a pedir un menú, craso error porque todo lo que hay alrededor de la Plaza Nueva es carísimo. No cometeré el error dos veces.

Por la tardé visité la Catedral, el Palacio Euskalduna, el Palacio Chávarri, el Teatro Arriaga y la basílica de Nuestra Señora de Begoña. No es que yo sea muy religiosa la verdad (creo que no voy a misa desde que hice la comunión) pero me dijeron que la arquitectura religiosa era preciosa, así que visité las principales iglesias de la ciudad.

El domingo fue el día de las compras pero no sabía qué comprar exactamente. ¿Qué es típico de Bilbao? Dicen que comer pintxos, pero no voy a llevármelos de recuerdo en la maleta para la familia, más que nada  porque llegarían hechos polvo, así que caminé y caminé, y de pronto me di de bruces con esta turronería en Bilbao, Adelia Iváñez, y entré porque me pareció muy curioso toparme con eso en medio de una ciudad al norte de España. Tenían de todo, desde turrones hasta polvorones y licores típicos de navidad. También tenían mazapanes, almendras rellenas de turrón, pan de Cádiz, yemitas de Jijona, pastelitos de Gloria, piñones y peladillas… de todo. Tenía los ojos abiertos como platos mirando toda la vitrina de cristal, podríamos decir que estaba «flipando en colores». Cuando salieron a atenderme no sabía qué hacer, si preguntar, comprar directamente lo que fuera o salir corriendo mientras pensaba «¿turrón bilbaíno, en serio?». Pero supongo que la vergüenza pudo conmigo y empecé a comprar de todo para llevar un detallito a la familia. Para mis hermanos Turrón de Jijona (de Bilbao), para mis padres turrón de Jijona, turrón de Alicante (también de Bilbao) y mazapanes, y para mí de todo un poco.

Al final una cosa llevó a la otra y hablando y hablando me dijeron que eran de familia alicantina, de Jijona por supuesto, pero que su abuelo emigró al norte y acabó poniendo una turronería artesana que ahora llevan ellos, sus nietos y bisnietos.

Cuando cogí de nuevo el tren para volver a casa me alegré de no ir en avión porque la maleta pesaba una barbaridad con tantas pastillas de turrón dentro. Si hubiera venido en un vuelo, habría tenido que facturar la maleta o esconderme el turrón por el cuerpo, como si fuera cocaína o algo así, para pasar por los controles sin pagar de más. Probablemente, gracias a viajar en tren me ahorré una anécdota de las mías que podría haberos que contado hoy porque ¿os imagináis que habría pasado si me paran en el aeropuerto y me hacen empezar a sacar las pastillas de turrón pegadas por todo el cuerpo con cinta aislante? Gracias a los dioses del Olimpo eso no pasó y puedo decir que, por primera vez en mucho tiempo, tuve un viaje tranquilo.

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