Un día con el “guapo subido”

¿No os ha pasado nunca que un día os levantáis con el “guapo subido” y os sentís las reinas de la belleza? Eso no significa que para el resto del mundo seáis hermosísima, simplemente significa que ese día os sentís como nadie, y nadie os puede chafar ¿o sí?

Hace poco me compré un bote de colonia nuevo. Nada caro y de diseño ¿eh? No os vayáis a pensar. Era un bote de perfume de estos de Perfumhada que huelen que alimentan pero, al ser marca blanca, salen mucho más económicos. El caso es que me quedé enamorada de ese perfume cuando lo olí y al día siguiente, a las siete en punto cuando me levanté para acudir a mi puesto de trabajo, me rocié con ese aroma y salí toda orgullosa a la calle con “el guapo subido”.

Iba caminando y me sentía flotar. Era como si los 20 kilos que me sobran hubieran desaparecido y fuera ligera como una pluma. Probablemente el resto del mundo seguía viendo a una chica rellenita que caminaba medio corriendo a paso rápido con cara de sofoco porque llega tarde al trabajo, pero yo me sentía Heidi en las verdes praderas de los Andes.

Sin embargo, mientras caminaba a paso ligero, mi madre, que es muy oportuna, me llamó al móvil. “Nena” me dijo, “que el día 19 es el día del padre ¿vas a venir a comer, no? Le he dicho a tus hermanos que este año podríamos comer por ahí fuera, que paga tu padre, que yo no quiero cocinar. ¡Pero ni se te ocurra venir con esa falta amarilla que tienes que te sienta fatal! Pareces una mesa camilla fosforita!!!”

Ese fue el primer golpe que me dio la realidad ese día porque, como ya podréis imaginar, esa era la falda que llevaba puesta. Mi madre, esa santa mujer que no puede ser más inoportuna, tuvo que decirme eso en ese preciso instante. ¿No podía haberme dicho que no le gustaba esa falda cuando me la vio puesta la primera vez? ¿Ha tenido que esperar a que la haya llevado mil veces para decirme que parezco una mesa camilla con ella puesta? Y para colmo, ya no me daba tiempo a volver a casa a cambiarme… Pero no pasaba nada, porque yo llevaba mi “power” perfume puesto, y olía a las mil maravillas, y nadie podía chafarme ese día, porque era ligera, hermosa y olía estupendamente.

Cuando llegué al colegio me puse el babi y esperé a que todos los niños fueran entrando al aula de infantil, que es la mía. Hay una niña en concreto, Sara, que cuando entra a clase siempre viene corriendo a abrazarme, es muy “salá”, aunque ese día la habría ahogado con gusto. Vino directa a mí con los brazos abiertos, como siempre, y yo me agaché, como siempre, y la abracé con cariño (también como siempre), y la enana de las narices se quedó oliendo mi cuello, al estilo “esnifando coca” y me soltó: “seño, hueles como mi abuela”. ¡La madre que la parió! Yo sé que el angelito es inocente, que no tiene culpa de nada, ¿pero acaso se habían alineado los astros para no dejarme ser feliz ese día o qué narices le pasaba a todo el mundo?

Agárrate que vienen curvas

Intenté seguir con la cabeza bien alta, con mi perfume nuevo y mi sonrisa puesta pensando que lo que pasaba es que la abuela de la niña tenía muy buen gusto, moderno y actual, y al acabar mi jornada laboral me fui directa al centro de estética Rosa Bonal porque había reservado cita para hacerme un tratamiento de rejuvenecimiento cutáneo con láser. La idea era ver si podían eliminarme unas manchas que me salieron del sol el año pasado. Estaba súper ilusionada y era un motivo más por el que sentirme bella, ¡se me iba a quedar la piel como el culito de un bebé! Pero cuando llegué allí, la amable recepcionista con toda la buena voluntad del mundo, va y me suelta: “¿Tienes cita en “Sobrepeso y Obesidad”?”.  Mi cara respondió por mí gesticulando con un tic en el ojo algo así como: «¿Tú eres gilipollas o te lo haces?» ¿Es que una chica gordita no puede ir a la clínica a hacerse otro tratamiento que no sea de adelgazamiento?

La miré con cara de pocos amigos y le dije totalmente digna que no, que había ido para eliminar las manchas solares de mi rostro, y ella, aclarándose la voz, me pidió el nombre y me indicó el camino que debía seguir. Yo la miré por encima del hombro y me metí por el pasillo, cuando dejó de verme me giré, le puse cara de asco y le dije: “Estúpida gilipollas, engreída”, mientras le sacaba burla con el dedo corazón. Cuando me giré vi que había un doctor justo detrás de mí, mirándome, alucinado, que tras sobreponerse al bochornoso momento me preguntó si podía ayudarme.

Creo que se pensó que estaba loca y que me había colado ahí sin que nadie se diera cuenta. Salí de la situación como pude y me dirigí a mi cita con el láser.

Lógicamente, cuando llegué a casa, ese sentimiento de «guapo subido» tan espléndido con el que había salido por la mañana se había esfumado, y en su lugar solo quedaba un sentimiento de desazón incontrolable. Miré el bote de perfume y él me miró a mí, y me arrepentí de que no fuera el día de la madre en lugar del día del padre… de haber sido así ya tendría regalo.

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