Durante la depresión, los pensamientos recurrentes son afilados cuchillos que atormentan el cerebro del enfermo y que le puede llevar a cometer actos de fatales consecuencias. La depresión no es un estado de ánimo, como algunos piensan, sino una enfermedad grave con una marcada base bioquímica.
Todavía está extendida entre la sociedad la idea de que la depresión es un estado de profunda tristeza. Una amarga situación de la que el paciente puede salir con algo de terapia e introduciendo en su vida actividades que le resulten placenteras. Que aparten los pensamientos negativos de su cabeza.
Lo cierto es que en ninguna otra condición se aprecia con tanta claridad la base química de nuestras ideas. El enfermo de depresión no puede controlar voluntariamente las ideas negativas que le abordan. Aparecen de manera inesperada, sin poder hacer otra cosa que tomar la pastilla de rescate, esperando a que de esta forma se desvanezcan.
Y es que las ideas no son entes etéreos que circulan por el aire. Tienen una presencia física en las conexiones de nuestro cerebro.
La depresión ha sido siempre una de las grandes olvidadas. Una enfermedad que atribuíamos al carácter particular de una persona o algún acontecimiento determinante que haya marcado su vida. El enfermo depresivo es así, pensaba la sociedad, y poco hay que hacer al respecto.
De un tiempo a esta parte hemos empezado a prestarle un poco más de atención. Más que otra cosa porque es una de las causas más habituales de bajas laborales. Bajas que son más prolongadas que sufrir un accidente en una pierna, y cuya duración es difícil de determinar.
La depresión requiere un tratamiento individualizado. No se pueden establecer pautas generales como con las lesiones físicas. El doctor José Antonio Hernández Hernández, un psiquiatra alicantino que durante más de 30 años ha trabajado en la unidad de psiquiatría del Hospital Provincial de Alicante, señala que para abordarla es importante atender a los aspectos biológicos y mentales del paciente, y hacer un trabajo con él para que comprenda la dinámica y el funcionamiento de la enfermedad.
Una enfermedad neuronal de base bioquímica.
La web de neuro-psicológía Neuro Class señala que la depresión se corresponde con el desequilibrio de tres neurotransmisores presentes en el cerebro: la serotonina, la noradrenalina y la dopamina.
Explicado de una manera sencilla, los neurotransmisores son moléculas que logran enlazar una neurona con otra, para que se transfieran los impulsos eléctricos. Las órdenes que da el cerebro a otras partes del cuerpo. Los neurotransmisores son recaptados por las neuronas para evitar la sobre-estimulación.
Con una explicación gráfica, los neurotransmisores serían como el interruptor que enciende la bombilla de una lámpara. Uniendo los dos extremos de un cable para que pase la electricidad. Pero claro, llega un momento en el que tenemos que apagar la luz. En la depresión, el sistema eléctrico está averiado.
La Serotonina 5-hidroxitriptamina (5-HT), uno de los neurotransmisores afectados durante la depresión, se encuentra presente en diferentes partes del cerebro, como la corteza frontal, involucrándose en el proceso de toma de decisiones. La encontramos también en el cortex anterior, afectando a procesos como la motivación, la expresión de emociones y la memoria. Y en el hipotálamo, desde el que se regulan los estados de ánimo.
La noradrenalina se fabrica en el locus cerúleo. La parte del núcleo del cerebro que se une al tallo cerebral. Entre otras cosas, este neurotransmisor es el responsable de crear en nosotros un estado de alerta. De estrés positivo, en el que el cuerpo está preparado para reaccionar ante un peligro o ponerse en acción de manera inmediata ante un estímulo. Su desequilibrio es responsable de esa situación de letargo y de agotamiento que suelen padecer los enfermos de depresión.
Por último, la dopamina, presente en diferentes partes del cerebro, interviene en los mecanismos de recompensa. Son aquellos que hacen que nos sintamos bien cuando hemos terminado una tarea con éxito o hemos alcanzado un objetivo.
Los desequilibrios de estos tres neurotransmisores interfieren en la forma de sentir y de pensar del enfermo.
Las ideas recurrentes.
Fruto del desarreglo en estos neurotransmisores, el enfermo de depresión genera una serie de ideas negativas que no puede controlar y que le llegan a producir ansiedad.
Una de las más peligrosas es la irrupción de los impulsos suicidas. El impulso por poner fin a su vida. Esta idea aparece de manera instantánea y está relacionada con los desequilibrios de serotonina en el córtex cingulado anterior.
Relacionado con la serotonina en esta parte del cerebro también están los impulsos de autolesión, frecuentes entre los enfermos de depresión. El acto de hacerse cortes en los brazos con un instrumento cortante o clavarse las uñas en la piel. Esta es una acción peligrosa y adictiva, ya que por unos instantes provoca una descarga de adrenalina, que despierta del letargo al enfermo y le produce una sensación fugaz de placer.
Debido a la insuficiencia de dopamina y de noradrenalina, el enfermo suele alimentar continuamente una baja autoestima. La idea de que su vida no tiene valor alguno, que no aporta a nada a los demás, y de que si desapareciera nadie le echaría en falta. Más aún, por momentos, el enfermo llega a considerarse una carga para los demás.
Esta idea crea un ámbito favorable para que los impulsos suicidas y de autolesión emerjan en cualquier momento.
El riesgo a reaparecer.
Uno de los peligros de la depresión es el riesgo de que la enfermedad vuelva a reaparecer unos años después de que el paciente se haya recuperado.
En una reciente entrevista, la presentadora de televisión Mercedes Milá reconoció que había pasado por tres episodios de depresión y que el tercero de ellos, a una edad avanzada, fue el que más le costó salir.
Nadie se puede imaginar, por lo que conocemos a esta presentadora, que es un personaje mediático, que fuera una enferma crónica de depresión. Todos tenemos la imagen de la periodista como una persona vitalista, enérgica, pasional. Alguien que despliega un nivel de energía que arrastra a los demás nada más verla.
Tampoco la catalogamos como una persona desgraciada. Es alguien que ha triunfado en su profesión y que prácticamente, siempre ha hecho lo que le ha dado la gana. No da la impresión de haberse sentido cohibida por las órdenes de sus superiores.
El ejemplo de Mercedes Milá echa por tierra muchas de las ideas preconcebidas que tenemos sobre los enfermos de depresión.
En muchos casos la cronicidad de la depresión es intermitente. Es como una enfermedad latente que se encuentra dentro del individuo y que puede volver a reaparecer en unas condiciones determinadas. Ante una situación de estrés prolongado o por vivir un hecho traumático que no ha podido gestionar.
En estos casos, las situaciones externas no son las causantes del brote de depresión. La depresión ya existía. El estímulo exterior lo que hace es reactivarla. Es como la gota que colma el vaso y que hace que la enfermedad se vuelva a manifestar.
Esto nos induce a pensar que el enfermo de depresión, aunque se haya curado, debe estar pendiente de crear unas condiciones seguras y agradables en su vida, para que la enfermedad no vuelva a brotar. Puesto que los brotes de depresión no son para nada agradables.
Está claro que no podemos controlar todo en la vida, pero debemos intentar ser lo más felices posible para mantener alejada la depresión.
El tratamiento farmacológico es la clave.
Puesto que la depresión tiene una base bioquímica, la clave para la recuperación es el seguimiento por parte de un médico especialista, un psiquiatra, y el consumo de los fármacos recetados. Que ayudarán con el tiempo a que el paciente regule y estabilice el funcionamiento normal de los neurotransmisores.
El portal de información Revclinesp señala que el tratamiento camina sobre dos pies. Los inhibidores de serotonina, que permiten controlar la ansiedad y la impulsividad, atando en corto las ideas negativas recurrentes y los antidepresivos, que despiertan la dopamina y la noradrenalina.
Son, por tanto, sustancias que provocan una reacción química en el cerebro, que generan reacciones en el comportamiento y que pretenden estabilizar poco a poco al paciente, para que vuelva a un estado donde pueda llevar una vida con normalidad.
Es importante remarcar que el tratamiento es individualizado. Debe ajustarse a las características del paciente y al estado en el que se encuentra la enfermedad. Por lo general, encontrar la dosis adecuada es complicado. Requiere un ajuste de la medicación cada cierto tiempo.
Estos fármacos no tienen efecto inmediato. Suelen tardar unos 15 días en manifestarse. Lo que lleva al médico a programar visitas mensuales o bimensuales para evaluar la progresión.
La medicación va cambiando a medida que la recuperación avanza. Ya no solo por encontrar el fármaco y la dosis correcta, como hemos visto antes, sino porque la etapa en la que se encuentra el enfermo es distinta. El objetivo es reconducir el cerebro del enfermo a un estado de normalidad.
El tratamiento de la depresión es complejo y desde luego no tiene nada que ver con animar y divertir al enfermo.