Peligro, obras

No es que yo vaya a realizar muchas más reformas en casa (sobre todo teniendo en cuenta mi sueldo), pero es que después de las situaciones vividas la semana pasada creo que antes de tener que repetir la experiencia me hacía el harakiri, y no por culpa de los obreros y trabajadores ni mucho menos, sino porque lo mío es de Juzgado de Guardia…

Mi casa no es que sea muy grande pero teniendo en cuenta que vivo yo sola en ella pues, no está nada mal. Sin embargo, llevo ya varios años viéndole un problema, mi dormitorio es enorme en comparación con el salón y yo lo que necesito es espacio para recibir visitas.

Me acuerdo de una vez que invité a tres de mis mejores amigos y vinieron a casa con sus respectivas parejas así que, en total, éramos 7 personas, pero como yo sólo tengo 4 sillas en la mesa grande porque no me caben 6 (que sería lo normal) tuve que buscarme las mañas para localizar asientos de más. Saqué la silla de escritorio del despacho y aún me faltaban dos asientos más, por lo que puse un puf, en el que me senté yo, y una especie de mesita de noche que tengo en el dormitorio a la que le puse un cojín encima para que se sentara uno de mis colegas. El pobre, tras un rato sentado ahí, tenía tal dolor de culo que no sabía cómo ponerse pero intentaba disimular para no herir mis sentimientos. Al final acabó levantándose y pegándose un tirón del calzoncillo porque decía que tenía el huevo derecho entumecido.

El caso es que, tras unos meses de ahorro, decidí que era el momento indicado para mover el tabique y quitar unos metros a mi dormitorio para ganárselos al salón, y ya de paso, instalar un buen equipo de aire acondicionado y calefacción que falta me hacía desde hace años. Llamé a Grupo Navitec para que me dieran presupuesto y a esta empresa de calefacción por aerotermia para que me instalara el sistema. Al cabo de unos días empezaron las obras.

Trastos y polvo por todas partes

Normalmente, en cualquier casa, cuando hay obras es todo un caos, no es que yo sea algo especial. Hay polvo por todas partes, ruidos, gente que no conoces en casa y herramientas de trabajo tiradas por el suelo así que, obviamente, a pesar de que mis obras iban a durar apenas tres días, era complicado olvidarlas. Sin embargo, mi cerebro funciona a veces de manera diferente al de la mayoría de personas y el segundo día de obras, que salí de casa a las 7 de la mañana para irme al trabajo y dejé una copia de la llave de mi casa a la vecina para que pudiera abrir a los obreros que venían a las 9, algo debió de pasarle a mis neuronas porque cuando abrí la puerta a las cinco de la tarde, tras mi jornada laboral, y me encontré con un desconocido sucio nada más abrir la puerta, empecé a gritar como una loca y a dar saltos histérica sin saber qué hacer exactamente.

Probablemente, si hubiera estado más cerca de la cocina le habría arreado un sartenazo al pobre obrero pero, por suerte para él, estaba lo suficientemente lejos como para no poder coger nada parecido para defenderme. El pobre hombre dio un salto hacia atrás por culpa del susto que le metí y tropezó con el sofá que permanecía tapado con un plástico para prevenir manchas, calló sentado sobre él  mirándome con cara de pánico, los ojos abiertos de par en par, la boca desencajada del susto al estilo “Grito” de Munch y en una especie de shock que le impidió moverse durante los primeros segundos.

Cuando mi cerebro reaccionó y empezó a unir las piezas del puzle, ya tenía detrás de mí a dos vecinas del edificio que habían acudido en mi ayuda (una de ellas con la bata abierta enseñando las vergüenzas) y, a todo esto, el otro obrero que estaba en la casa junto al pobre desdichado que había tenido la desgracia de cruzarse en mi camino cuando abrí la puerta de entrada, había acudido raudo y veloz en mi ayuda diciéndome algo así como “señorita, señorita, deje de gritar, señorita”. Era como escuchar la canción de Abraham Mateo pero sin gracia ninguna.

Al final, lógicamente, todo quedó en un susto, y la cosa no pasó a mayores pero empiezo a pensar que no estoy hecha para tener cambios en mi vida porque a mi cerebro le cuesta adaptarse y eso provoca estragos en los demás que, imagino, no querrán revivir.

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