Tacones cercanos

Hay personas que están destinadas a caminar siempre sobre zapato plano o zapatilla y da igual el número de malabares que intenten hacer porque siempre será más positivo que se compren unas sandalias monas, planas, de suela mullida antes que unos taconazos de vértigo, por mucha pierna que quieran lucir. Yo soy una de esas pero parece que no aprendo la lección porque, a pesar de que cada vez que me pongo un tacón me digo a mi misma “está será la última vez” siempre acabo tropezando con la misma piedra.

A diario no suelo tener problema porque, como comprenderéis, para ir a “pelear” con niños de entre 2 y 4 años prefiero llevar un zapato cómodo, pero cuando intento arreglarme y ponerme monísima la cosa se complica porque ¿sabéis cuántos zapatos sin tacón, monos y elegantes, ponen a la venta cada año? Yo diría que menos de un 10%. La mayoría de los zapatos elegantes para bodas y eventos varios suelen tener un taconazo de aupa o, en su defecto, una cuña importante. Eso es lo que provoca que, cuando me tengo que comprar un zapato de esas características, acabe muriendo en un tacón, lo quiera o no, ya que no encuentro otra cosa sin pagar un ojo de la cara.

¿Sabéis cuánto miden los tacones más altos del mundo? 16 pulgadas, unos 40 centímetros… ¿Sabéis lo que es eso? Obviamente nadie puede caminar bien con algo así, yo creo que son más bien zapatos de colección que otra cosa, pero si yo ya me caigo con zapatos de tacón de 5 centímetros imaginad la que liaría yo poniéndome unos tacones como esos… me parto la crisma, fijo.

En la última boda que tuve, hace un par de años, fui decidida a comprar una sandalia plana, mona, con brillitos, pero todo lo que encontraba parecía sacado del catálogo “Mis Gitana 2016” y acabé comprando, otra vez, zapatos de tacón. Me caí unas  5 veces, aproximadamente, a lo largo de la ceremonia, y otras tantas en el banquete, pero lo peor no fue el ridículo que hice, lo peor fue que acabé con los tobillos hinchadísimos, y al día siguiente tuve que ir a lidiar con los enanos a la guardería como si nada. Fue uno de los peores días de mi vida.

El peligro me acecha desde lo alto

Cuando yo me subo a un tacón tengo la misma sensación que cuando llego a la cima de una montaña rusa: veo el final del camino, no quiero caer, pero la inercia me empuja irremediablemente, y mientras voy hacia abajo noto ese cosquilleo en el estómago fruto de la velocidad de caída de los propios nervios. He llegado a la conclusión de que si quiero adrenalina, antes que ir a un parque de atracciones, me pongo tacones. Es más barato y el resultado suele ser el mismo.

La única tienda donde he encontrado zapatos sin tacón elegantes para este tipo de cosas es en Calzados Luz y ya la tengo como tienda de cabecera, más que nada para evitar una recaída en tacones que me lleve al hospital o algo similar. Aunque he de reconocer que a veces me cabreo bastante porque no llego a comprender por qué algunas chicas con tacones parece que floten cuando caminan y yo parezco una mujer sobre zancos intentando no rebotar contra el suelo.

Mi prima mayor, que mide metro y medio, es un hacha llevando tacones. Yo no es que mida mucho más, me quedo en el 1´62, pero esos 12 centímetros marcan la diferencia en la playa, y matizo mucho eso de “en la playa” porque en el resto de espacios es igual o más alta que yo gracias a esas plataformas con tacón que se pone con tanta elegancia que me hace pensar que soy adoptada.

Una vez, no hace mucho tiempo, pedí prestados unos zapatos a mi hermana para evitar tener que gastarme dinero en la comunión de la hija de esa prima y, cómo no, llevaban tacón. No mucho, he de decirlo, pero llevaban. El caso es que intenté pasar una velada dignamente, lo que significa no probar el suelo ni una sola vez, y parecía que iba a conseguirlo (caminando muy despacio, eso sí), hasta que dicha pequeña prima me llamó para que la ayudara a dar los regalitos en el convite ya que su hija, la homenajeada, decidió pasar del tema para jugar con el resto de niños corriendo por toda la sala (algo bastante normal). Cogí la cesta de los regalos y seguí a mi prima paso a paso para que ella los fuera recogiendo y dando a los invitados hasta que, como era de esperar, apoyé mal el pie y volqué hacia la derecha. Me gustaría deciros que la culpa fue de uno de los niños que corría despavorido por el salón, o de algún obstáculo que encontré en el camino, pero no puedo… porque sería mentira. Caí yo sola, poco a poco, y volqué igual que el Titanic: a cámara lenta hasta que se partió. En mi caso lo que se rompió fue el tacón de mi hermana y dos o tres de los regalitos que llevaba en la cesta (menos mal que no fueron más), pero junto a los zapatos, que acabaron en la papelera, acabó de nuevo mi orgullo.

Por eso sé que hay dos clases de mujeres, las que saben llevar tacones y las que no, y yo, desde luego, pertenezco al segundo grupo con total seguridad.

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